jueves, 22 de octubre de 2009

BASTARDOS SIN GLORIA

Nunca es tarde, dicen. Si Tarantino tardó 10 años en realizar la película, no podía ser menos con la reseña. Pero aquí estamos, revisando la nueva apuesta del director de verdaderos clásicos modernos como Perros de la Calle o Pulp Fiction. Una semana lleva en cartelera y hace más de un mes que tuve acceso a una función. Desde aquél momento, la apuesta bélica de reimaginación spaguetti sigue dándome vueltas. En gran parte porque el producto final tiene una serie de secuencias realmente maestras, innegables incluso para sus detractores, que son contrapuestas por un guión que entra en un terreno que para el director en los últimos años era esquivo: conseguir de forma eficaz, la presentación de sus ideas siempre a la orden de su creatividad desmedida.
Es desde ahí donde el cineasta, de “películas sobre películas”, da una bofetada a la historia para abrir una vez más el cerco de su territorio. Ese donde abraza a sus seguidores como una tropa de camaradas que tienen el mismo objetivo y marca las frentes de las potencias del eje cuestionador. Él es Quentin Tarantino, y así lo remarca, e Inglourious Bastards está mandada por ese discurso egocéntrico de no entregar ninguna concesión a la hora de escudriñar la cultura popular. Además es llevada por una tendencia facista de estos “judíos libres” estadounidenses que claman venganza, porque los europeos no se la pueden, y la obtienen a través de la ley del ojo por ojo, para satisfacer al shock que se aplaude de forma fácil, pero que tiene que ser lo suficientemente sólida para que deje algo en el camino.
Esa retribución marcada por el humor negro, considerando que la venganza sigue siendo el gran y único tema actual del director, ataca al dogma establecido. Aquél que defiende que la historia oficial sea una, aunque sea escrita por los ganadores, y dígase lo que se diga, nada la va cambiar. Frente a ello, Inglourious Bastards, como todas sus últimas fábulas, batalla contra lo establecido en base al ataque violento de un mundo sin tonos grises, de ganadores y vencidos, de blanco y negros, de nazis y judíos, en dos caras del mismo genocidio. Entendida dentro de ese marco, la película se defiende en base al derecho artístico que Tarantino tiene para presentar lo que le plazca, sólo por el afán de la violencia y la venganza justiciera. Discurso en su propuesta existe sólo bajo la idea del derecho de castigar a los que merecen ser castigados, en una película pensada para ser exhibida en tiempos de guerra… cuando uno no sabe cuál será el final del conflicto bélico. O, en este caso, el final de la obra.
Así tenemos una historia de aquellos soldados judíos que irrumpen para escalpar a los soldados del tercer Reich en una Francia ocupada por los nazis. Pero también es importante destacar el protagonismo femenino, mayor incluso que la de aquellos que dan nombre a la película. Esta precisamente inicia su presentación con una secuencia a lo Sergio Leone que está lleno de suspenso y representa lo mejor trabajado. Grandes y largas escenas se mueven con naturalidad calmada a través de los diálogos. Pero es un detalle, uno pequeño, el que cambia el escenario y explota el conflicto. Del horror de esa cabaña, surge una sobreviviente. Es el génesis de la venganza.
Quizás sus últimas historias son previsibles, y vaya que Inglourious Basterds lo es, pero el manejo del ritmo por Quentin Tarantino es notable en cuanto al cómo están construidas las escenas. Conocidas además sus tendencias, es que el uso de la música también entra en juego en su clásico terreno del pastiche cinematográfico, o soundtrack del copy/paste si así prefieren, para reutilizar y dar un sentido propio a temas utilizados en otras bandas sonoras. En Ennio Quentin confía. En esta ocasión, y como diría un amigo, queda claro por qué Tarantino es el único que podría utilizar un tema de David Bowie en una película de guerra. Y que quede maestro, por lo demás.
Los personajes son también una gran adición al universo tarantinesco. Todo el chanterío de alguien como Eli Roth es eclipsado por el mundo que rodea a su personaje: el teniente Donny Donowitz, más conocido como The Bear Jew, el oso judío – que es todo lo que un judío jamás ha sido en la pantalla – elevado a categoría de mito gracias a sus hazañas sangrientas con su bate de béisbol. Esa construcción mística permite que uno deje de lado la sobreactuación y escaso carisma del amiguito de Tarantino.
Pero si existe uno que logra hacer olvidar toda esa clase de detalles, ese es el maestro Coronel Hans Landa, interpretado por el multilingue Christopher Waltz. Es quizás la piedra angular del éxito de una película que no le tiene miedo a los subtítulos, y eso realmente se agrade, con un Cazador de Judíos desalmado, maníaco y carismático cuando debe serlo, diferenciándose de los típicos oficiales que rápidamente pueden ser tildados de villanos con su mera presencia. Al otro lado tenemos a Brad Pitt como el caricaturesco teniente Aldo ‘El Apache’ Raine, el líder de los bastardos y que representa la altanería estadounidense y los valores del retroceder nunca, rendirse jamás.
Además cada personaje es una invitación a ser descubierto en sus respectivas y notables introducciones, por lo que revelar sus estilos, o las secuencias en las que se ven involucrados, sería revelar lo que no debería ser contado. En especial lo que concierne al bastardo Hugo Stiglitz: un alemán con los cables cruzados que se cambia de bando y es la crème de la crème en esto de asesinar nazis. Quizás más allá de la introducción respectiva, lo que queda dando bote es el escaso desarrollo que los personajes tienen.
Más allá del drama de Shoshana, interpretada por la exquisita Mélanie Laurent, la clásica fémina de carácter de Tarantino, existen personajes que simplemente llevan la línea del Apache aún más allá. En especial Adolfito Hitler y Joseph Goebbels, hombre orquesta del planfletismo nazi. Esa representación humorística, junto a los medidos elementos gráficos de explotaition setentera y spaguetti en guerra, utilizados más en ritmo y ambientación, transforman a Inglourious Basterds en una película que no es lo que todos podrían esperar. Es una película bélica, pero tal como dice el slogan, de una vista a través de los ojos de Quentin Tarantino. Esperar algo tradicional, genérico o con un profundo punto de vista respecto a la guerra, es un error. Lo único que no sorprende, son los clásicos elementos de su filmografía que ya se sabe estarán, incluidas las tomas de los pies femeninos.
Para llevar a cabo una historia como la de Inglourious Basterds, es claro que no se debe tener respeto a lo establecido. Más allá de si esos argumentos tienen o no una justificación, el contexto en el que se mueve la nueva apuesta de Tarantino se eleva en base a secuencias que son puro amor por el cine. En especial una escena en la que el fuego carcome el telón y el humo de la venganza presenta un momento sublime que, al verlo, todos reconocerán. La brutalización nazi es estéticamente gloriosa, y vaya que además los sets y el diseño son para aplaudir, pero a la vez la sustancia caricaturesca es cuestionable mirando tras la careta de la venganza.

No obstante el modo en el que el diálogo elabora el suspenso, crea una pieza que no deja indiferente. El hecho que no todo el ritmo sea uniforme, y que los Bastardos son completamente secundarios, permiten que quede la sensación que la edición, y las respectivas transiciones, no está al nivel de otras apuestas del propio Tarantino. Pero tampoco se puede negar que estos Bastardos Sin Gloria tienen el suspenso, humor y descaro para entender una última frase que no está puesta al azar. Tarantino cree ciertamente que esta es su obra maestra (aunque esa realmente la hiciese por allá por 1994). Que uno lo compre o no, depende si se entiende que el tipo se está divirtiendo, y jodiendo, con todo.